La Imperfección y las Amistades
Por Víctor Albornoz
La imperfección abunda en el mundo en el que se mueven los dos personajes centrales de Mary And Max (2009), la película de animación en stop-motion del australiano Adam Elliot. Hay imperfección en ellos, imperfección en sus emociones, en sus entornos sociales, en las calles que transitan, y en las ciudades en las que viven. Desde lo universal a lo más intimista, todo lo que el film presenta está signado por una falla, por un defecto que desafía la completa normalidad y a partir del cual las cosas se resignifican.
Quien más sufre y siente la imperfección es Mary, la niña australiana que da nombre al título de la película. La marca de nacimiento color excremento que lleva en la frente y tanto detesta es el centro de sus conflictos. En pos de ella, recibe de parte de sus compañeros de escuela constantes burlas, y ha optado entonces por alejarse del mundo y de la vida social para sumergirse en la soledad en la que se encuentra al comenzar el film. Sus mayores vínculos son sus padres, sus vecinos, y el gallo que mira Los Noblets junto a su lado. Esas son las personas que la rodean y con las que convive y, a pesar de la cercanía que le ofrecen, no le bastan para sentirse a gusto, ni tampoco para sentirse menos sola.
Ocurre que estos personajes también tienen sus propias manchas en la frente, sus propios defectos en los que se encuentran tan ensimismados que no consiguen salirse de ellos para establecer un contacto con otros seres. La madre de Mary, Vera, es alcohólica. El vecino, Len, padece de agorafobia. Damián es tartamudo. E incluso el gallo que Mary tiene de mascota parece desorientado en la extrañeza de ser un gallo y no haber nunca puesto un huevo. La falla los incomunica a todos ellos, los detiene socialmente. Algunos se encuentran literalmente encerrados en sus defectos, como Len que no sale de su casa por su fobia. Y los otros, en cambio, se hallan encerrados de una manera menos explícita, pero igual de solitaria e inaccesible. Difícil es para Mary hablar con Vera, siempre en su estado de ebriedad, jerez, y tambaleo. Y mucho más lo es hablar con Damián, encerrado en las palabras que tartamudea y demora en decir.
El defecto se vuelve motivo de incomunicación entre Mary y los otros, y en su aburrimiento y necesidad de saciar su curiosidad acerca de de dónde vienen los bebés es que escribirá una carta a Max Horovitz. O quizás, la necesidad de Mary sea, sin más, la necesidad de hablar con alguien. En definitiva, entonces, esa mancha color excremento que Mary lleva como cruz, es la que hará que se interese por la amistad de Max. ¿Y por qué con Max, un ser tan disímil generacional y geográficamente, es que Mary puede vincularse con tanta intensidad? La respuesta a esto, en un principio, podría ser que es porque Max solo existe detrás de cartas, y en la ausencia del contacto frente a frente, es la única de sus relaciones que no ve de cerca su marca de nacimiento, su defecto.
Mary vive en Monte Waverley, Australia. Max en Nueva York, Estados Unidos. Y estos dos escenarios que empiezan a vincularse a través de los protagonistas funcionan no como espacios alejados por mero capricho o disposición de mapa, sino como una distancia necesaria para el contacto de ellos. Distancia en la que se van derritiendo los chocolates que los personajes se mandan adjuntos a las cartas. Y distancia en la que también se derrite el defecto de cada uno, la falla que en la cercanía sería una traba de comunicación y vínculo.
Porque al igual que todos los elementos que conforman el film, Max también tiene su imperfección, y vive encerrado en ella y por ella. Padece una enfermedad llamada Síndrome de Asperger, un extraño padecimiento que, entre los síntomas que conlleva, aparece una vez más, pero ahora de modo científico, la incomunicación. Ser un aspie –tal como llama Max a su condición- implica tener una mente muy literal, no entender las expresiones faciales de la gente, y tener mala escritura: tres barreras de comunicación. Y como consecuencia de ellas, Max ha pasado una infancia dura y solitaria, y lleva un presente en el que no comprende a las personas que lo rodean. Ni a sus compañeros del Club de Comilones Compulsivos Anónimos, ni a quienes se sientan a su lado en las paradas de colectivo, ni tampoco a su vecina Ivy, que es su relación más íntima. Le resulta difícil llegar al otro, y por eso nunca en su vida ha tenido un amigo. No obstante, al igual que Mary, no resigna sus esperanzas. En los motivos por los que Mary y Max miran los Noblets, hay uno solo en el cual coinciden: Los Noblets tienen muchos amigos. Y esta coincidencia es la manifestación del deseo de ambos protagonistas de tener, al menos, una amistad.
Es tal la incomunicación que sienten los personajes en la película, que el mismo relato no presenta una voz en directo hasta la mitad del film. Hasta ese entonces, lo único que se oyen son voces en off. En principio la de un narrador que nos presenta a los personajes y las ciudades en las que viven, y luego las de Mary y Max a medida que van escribiendo las cartas. El narrador inicial es quien se hace cargo del silencio en el que viven los protagonistas hasta ese entonces. Puesto que en sus rutinas ambos están acostumbrados a la soledad y al no-diálogo, la única manera de llegar a ellos es a través de alguien omnisciente que nos diga lo que ellos aún no pueden. Así nos enteramos de sus ansiedades de una amistad, de su pasión por Los Noblets y por coleccionar los muñequitos del programa (colección que bien podría representar la cantidad de amistades que Mary y Max hubieran deseado tener), y de las múltiples coincidencias que ambos tendrían si tan solo se conocieran. Y luego sucede el descubrimiento entre ellos, y para cuando Mary y Max empiezan a querer comunicarse con el otro, y a querer hablar a través de las cartas, aparecen en el film sus voces en off. Es allí que los personajes comienzan a oírse y a hablar, y nosotros a acceder a sus sentimientos más callados. Conocemos sus desesperadas ganas de comunicarse: lo vemos en la larga extensión que tienen las cartas que redactan, y en la gran cantidad de posdatas que Mary y Max escriben al momento de finalizar la escritura. Ambos parecen necesitar que el encuentro con la carta y con el amigo lejano se prolongue lo más posible, porque en tanto haya posdatas y más cosas para decir, la sensación de estar junto a alguien dura, y la soledad y el silencio de la rutina que viene después del punto final se demora interminablemente.
Con las cartas, Mary y Max hablan, aunque todavía indirectamente. Aún no están preparados para el frente a frente, y a éstas alturas todavía no hay una situación de interacción pregunta/respuesta. Es recién en el primer contacto entre Mary y Damián en la universidad que se oye en la película el primer diálogo propiamente dicho. El contacto con Max prepara a Mary para el diálogo, y el contacto con Damián es donde éste se materializa. Max la prepara para la sociedad durante su niñez, y recién en la universidad Mary puede salir al mundo, y empezar a comunicarse. En éste punto, Max ya no puede ayudar a Mary. Porque para él “El romance y el amor eran un idioma complicado”, tal como dice en una de las cartas. Y el amor de las pocas parejas que hay en el film culmina, de una forma u otra, con un error comunicativo. Max se resigna a no entenderlo. Mary y Damián no funcionan porque él demora su confesión de sexualidad, y se va a vivir con quien antes era su amigo por carta. Y Vera, una vez viuda, lee mal en su estado de ebriedad la etiqueta de un frasco y confunde el jerez con líquido de embalsamar, y muere intoxicada.
La película liga la imperfección a la incomunicación, y la incomunicación a la tristeza. Quienes tienen una falla, se hallan solitarios. Quienes se hallan solitarios, se encuentran tristes. Y el mayor símbolo que Adam Elliot nos presenta es un detalle en el paisaje que muestra al presentar a Nueva York y a Max. Es la Estatua de la Libertad. A diferencia del monumento verdadero, la Estatua de la Libertad que el director nos muestra en su film es una Estatua de la Libertad deprimida. Tiene el rostro triste. Y más aún: tiene el rostro triste de Max. Es una Estatua de la Libertad imperfecta, solitaria, y triste. El emblema de esa Nueva York blanco y negro que Mary And Max presenta.
Adam Elliot liga visualmente la imperfección al blanco y negro. Desde su visión –que es la de Max- Nueva York es una ciudad muy imperfecta por su suciedad, y por tanto en todo el largometraje la muestra en una gama de grises. Y Monte Waverley (pueblo más limpio de 1972, según dice el cartel de bienvenida del pueblo), es un pueblo menos imperfecto, y entonces lo asocia a una gama de sepias y marrones. Estos colores también son representativos de los personajes principales que viven en cada ciudad. Las tristezas de Max son tan antiguas que las lleva encarnizadas en él. Las de Mary, en cambio, son tristezas jóvenes, aún no tan irreversibles. Ella puede aspirar, todavía, a una vida de colores más intensos –de hecho la tiene durante el matrimonio con Damián-; Max, en cambio está condenado a la monotonía de sus ocho trajes deportivos idénticos, de su rutina, y de una vida en blanco y negro.
En éste análisis del color, vale recordar que el mayor momento de desolación de Mary es en su intento de suicidio, y justamente ésta escena es la más oscura de las que transcurren en Monte Waverley. Las paredes se tiñen de negro. Las fotografías grises se vuelven acosadoras.
La irrupción de colores más fuertes en el film –aparecen rojos, verdes, etc- se deben a la irrupción de eventuales perfecciones. La perfección da alegría y color. Y si bien esto sucede en los dos pueblos, es más evidente cuando ocurre en Nueva York. No solo porque el contraste entre los grises y los rojos es más llamativo, sino porque cuando algo de color irrumpe en el mundo de Max se debe, siempre, a algo ligado a Mary. Sus cartas, sus dibujos, los chocolates que ella manda, el pompón que le regala: todo es a color. Mary es la perfección para Max. Y ella, poco a poco, va tiñendo el universo de él hasta llegar a ese final en que el techo de Max se encuentra a color, cubierto por todas las cartas que Mary le ha enviado en tantos años.
En una realidad en la que Max ve la vida como una pasarela con residuos y no consigue solucionar la imperfección de la suciedad en Nueva York, en una realidad en la que Mary ambiciona solucionar las enfermedades mentales y no puede, y en la que ella se opera de su marca de nacimiento sin cambiar su forma de verse a sí misma, lo único perfecto que Mary y Max encontraron fueron la amistad del uno con el otro… Y en base a esa perfección Max es capaz de perdonar a Mary después del enojo que los distancia. La perdona porque eres imperfecta, y yo también lo soy, y todos los somos y debemos aprender a vivir con ellos. Esa amistad perfecta es la que los repara de la amargura total, y los ayuda a superar sus defectos. Esa perfección es la que les basta para una vida menos gris.